Al nacer la idea de preparar un blog, me planteé un pequeño desafío: Preparar una entrada en la que recordar el camino que recorrí al desarrollar la pasión por
escribir. Con aquél objetivo en mente es que me obligué a recordar de dónde ha
nacido este instinto por imaginar e inventar mundos y personajes. Poco a poco,
imágenes llegaron a mi memoria: De niña, incluso antes de saber leer, podía
pasar tardes jugando con mis barbies, inventando los más intrincados
culebrones para sus vidas. Así lo hacía también con cualquier otro juguete o artículo a mi
disposición. Luego recordé que siempre felicitaron mi habilidad para estar bien
quieta y tranquila. Si alguien me pedía que esperase en un lugar, bien podía
hacerlo sin que por ello me aburriese: mi mente era la que estaba trabajando,
creando entusiasmada alguna historia.
Resultó un trabajo interesante
repasar mi vida desde un nuevo prisma, como si relatase la historia de un
escritor y no de una joven, como había hecho hasta ahora. Me hallaba en ello,
apuntando anécdotas en las que nunca había reparado al recordar mi infancia,
cuando una imagen se coló entre mis pensamientos. Si cierro los ojos
puedo recordar el escritorio del departamento en que vivían mis abuelos.
La lela, como le decíamos, se hallaba de pie, con una mano en el pomo de
bronce. Es como si aun la viera allí, con su pelo corto y cano, sus lentes
redondos de grueso marco marrón, y una sonrisa torcida en el rostro.
-Ya, ven para acá-me llamó, con
voz divertida, mientras yo pasaba cantando por fuera-. Me dijo tu mamá que
aprendiste a escribir este año en el colegio.
Yo, contenta, entré tras ella,
sintiéndome increíblemente grande por ganar ese derecho. Se trataba de una
habitación pequeña, que contenía un escritorio para el enorme computador de la
época, un par de sillas, y una ventana que se mantenía abierta con frecuencia,
ya que acostumbraban los abuelos a fumar mientras trabajaban allí dentro. Para
entrar, hasta entones podía hacerlo únicamente si alguno de los adultos de la
casa me acompañaba, y ciertamente no era un trabajo tan sencillo ya que
normalmente mis tíos y abuelos se hallaban ocupados.
-Vas a escribir un cuento-me
dijo. Me enseñó a usar Word, un buen rato y al verse satisfecha, me dejó allí,
cerrando la puerta tras de sí.
Por un rato el ruido de los
autobuses de la calle me distrajo, pero no me moví. Escribí un cuento, de un
par de planas. No me agradó mucho, pero en cuanto hube terminado ella regresó.
Me enseñó a corregirlo. Dijo que no le había gustado mucho y me encomendó
escribir otro mejor. No fue agradable que lo criticara, pero a la vez, fue mi
primera mala reseña. Escribí otro, muy diferente. Cuando llegó yo ya lo estaba
corrigiendo. Le pareció mejor. Lo imprimió y lo repartió entre los miembros de
la familia que ya se reunían para la cena.
Aquella fue mi primera incursión
en el mundo de la escritura. Y también, la primera vez que ofrecí a un público
reducido el resultado de mi experimento. No pensaba nunca volver a hacerlo. Por
años, escribí en mis diarios de vida, libretas y cuadernos que guardaba bajo la
ama, avergonzada de que alguien pudiera leer el resultado de mi imaginación.
Así fue hasta que, ya adolescente, descubrí Harry Potter y el mundo de los
fanfics. Comencé a incursionar en este tipo de escritura. Hasta el día de hoy,
me declaro una fan absoluta. Independiente del género. Sólo el escribir a
diario, con insistencia y dedicación, fueron forjando un estilo y una voz
narrativa en mí, sin que apenas lo notara. A mis 16 años, ya escribía en cada
libreta, cuaderno o papel que tuviese entre mis manos. Fuera un pequeño cuento,
un bosquejo de una historia o un relato breve y corto sin mayor desarrollo. Mi
profesora de Lenguaje de aquella época, la única que revisaba alguno de estas
historias y solo cuando llevasen relación con el trabajo de clases, me invitó a
enviar un cuento a un concurso, que resultó ganador. Continué escribiendo, para
mí y para concursos durante la época escolar. Mi familia, orgullosa, pensó que sería
el camino que seguiría toda la vida. Y no lo fue. Estudié Derecho, fui madre y
olvidé, por mucho tiempo, mi pasión por escribir. No tenía tiempo, ni tampoco
sentía la inspiración, salvo alguna vez, en una noche de insomnio, acababa
tomando una vieja libreta y escribiendo con febril frenesí unas líneas, que
necesitaba sacarlas de mí.
Hace unos años, mi abuela
falleció. Además del enorme dolor que su pérdida me trajo, también recibí con
ello un pequeño regalo: Mi padre encontró entre sus archivos, guardados los dos
cuentos que hubiera escrito de niña y me los envió. No volví a escribir en ese
momento tampoco. Fue antes de terminar la universidad, que una muy querida
amiga me habló de Wattpad. Probándolo, terminé creando la que llegaría a ser mi
primera novela terminada. Pero fue con temor, con vergüenza. Siendo una amante
de la lectura, jamás esperaría alcanzar el nivel de los grandes autores que he
leído a lo largo de mi vida, pero ello no puede ser motivo para no escribir, y
mucho menos de no mostrar lo que haces: Me apasiona, me hace feliz, y
compartirlo con ustedes, mis queridas lectoras, saber que les alegra o les
entusiasma tanto como a mí, han sido suficiente motivo para olvidar la
vergüenza de antaño y decidirme a escribir, y permitir que mis escritos sean leídos.
Aquellos cuentos que motivó mi abuela son verdaderamente terribles. Escritos
por una niña de apenas 6 años, era de esperarse. Quiero creer que he mejorado
considerablemente desde entonces, y cada día algo más. No podemos dejar que la
vergüenza esconda nuestros sueños, nuestra pasión, nuestros dones.
¿Cuántas
joyas perdidas de la literatura se perderán para siempre si no las muestras?
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